TODAS LAS MAÑANAS DEL MUNDO

El celular siempre me despierta temprano. Suena con una urgencia vibrante que se estira y permanece en la implacable mañana que llega, que empuja hacia la intemperie fuera de las sábanas. Entonces lo busco, casi a tientas en la humareda gris del amanecer, y lo apago. El silencio. Sobreviene cortante, nítido, como un mudo compás de espera, más urgente aún. Hay que levantarse.

Luego la ducha. El agua y el jabón van limpiando esa primera piel, pesada de modorra, de sueños y pensamientos inconexos, hasta dejarla intacta y aromática. Me seco lento y respiro. Ahora el aire de la mañana huele más a sí mismo, más al día que se avecina y que ya se instala en todas las cosas. Miro el celular. Aún hay tiempo. Y empiezo a vestirme. Calzo cada prenda y la sensación de confortante abrigo es casi inminente. Todo vestigio de ese despertar urgente e implacable es un pálido recuerdo de otra vida, de otro ser. Ahí está el vacío que dejó en la cama, un ovillo extraño vuelto sobre sí mismo, aún caliente, pero sin substancia, ajeno a mí. Termino de anudar mis zapatos. Busco el celular y lo guardo.

El desayuno transcurre tranquilo. Sin apuros. Reconfortante. Sentir el primer sabor en la boca, la calidez del té, el sonido de las tostadas deshaciéndose lenta y deliciosamente mientras la mañana avanza. Ya es otro territorio. Desde allí el dormitorio parece una tierra lejanamente olvidada, cubierta por un manto de aromas y cosas en que pensar, dilatándose de pronto hacia delante, más allá del tiempo presente. Asuntos que atender, lugares a donde ir, el día que se precipita, ruidoso. Me lavo los dientes con la misma estudiada calma, pero con otro ritmo. La luz se inclina sobre el mundo y debo darme prisa. Palpo los bolsillos y lo encuentro. Miro la hora y lo vuelvo a guardar. Aún queda un margen de tiempo razonable para los preparativos finales. Abro el bolso de mano, meto los libros y papeles necesarios para el día, lo hago con cuidado, en el orden correspondiente. Entonces salgo.

La mañana ha iniciado su bullicio irreversible. Me instalo en ella, impaciente por sumergirme definitivamente. Cierro la puerta y, por última vez, busco en mis bolsillos. En los de la chaqueta, en los del pantalón, una vez, dos. Nada. Y de pronto hay un breve segundo de angustia, imposible de concebir. El celular. En un fugaz destello de caos veo en mi mente la cama, la ducha, el desayuno, el bolso. Intento recordar. Dónde, dónde. Hasta que mi mano logra descubrir el bulto escurriéndose en el bolsillo interno de la chaqueta. Ahí está. La sensación de calidez y serenidad vuelve a instalarse en algún rincón de mi alma. Lo miro y manipulo las teclas, reviso. Ahí están los mensajes, las llamadas, el directorio, y la alarma. 7:00 a.m. Bien. Y lo programo para un nuevo día.

3 pensamientos sobre “TODAS LAS MAÑANAS DEL MUNDO”

  1. Bel, amiga. He sentido tu ausencia estos días. ¿Estás bien? Espero que sí. Gracias por darte tiempo para leerme y comentar. Sí, cuando le ponía el título recordé, nebulosamente, que era el título de una película o de un libro, pero estaba seguro que ya lo conocía. No la he visto, pero seguramente me llamó la atención el título (hermoso), por eso lo tenía tan grabado y apareció tan ad hoc para este cuento. Así que sin pestañear, se lo puse. ¿Es una de tus favoritas? ¿Te das cuenta que nos hacemos guiños comunes casi sin pensar? Coincidimos en muchas lecturas y gustos musicales y cinematográficos (me encanta el cine). También recordé, mientras lo escribía, que allí le llamaban «móvil» al celular, tuve un segundo de duda, pero obviamente fue un pestañeo, porque uno no puede escribir sobre lo que no ha vivido, y en nuestra realidad se le llamamos celular al famoso aparatito (yo lo uso sólo como despertador). Hace rato estaba pensando un cuento con este elemento tecnológico; la oportunidad se me dio estos últimos días de vacaciones, con la angustia de volver al trabajo (o sea, nunca tanto, pero algo hubo). Eso lo desató. Aquí te lo he dejado y me alegro que te guste. Tengo la meta de escribir diariamente algo. Veré si lo cumplo. Amiga, un tremebundo abrazo desde aquí.

    Me gusta

  2. Me ha gustado mucho esa descripción del despertar, los primeros ritos del día, ese algo tan de tu escritura que es la materia o ausencia de materia dejada por el ovillo vació en la cama…y esa dependencia del móvil (aquí lo llamamos así).
    ¿El título hace alusión a una de mis películas favoritas?
    Un gran abrazo.

    Me gusta

Deja un comentario