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Ernesto Barreda. Ventana

Ernesto Barreda. «Ventana»

Sé que vendrán por mí en cualquier momento. No me hago ilusiones. Subirán las escaleras en una furtiva procesión de sombras salidas de otro mundo, dispuestas a llevar de vuelta al hijo pródigo que se niega a regresar. Nadie se asomará a las puertas ni a los pasillos a ver lo que pasa. Qué les importa. Una puerta es igual a otra, un pasillo reproduce todos los pasillos del mundo, una procesión de oscuras formas atravesando la inmovilidad cotidiana del día a día es una posibilidad como cualquier otra en millones de urbes idénticas a sí mismas. Da igual.
Miro por la ventana el luminoso panorama de la calle estrechada entre tiendas y edificios, y espero. Allá abajo es el bullicio de la tarde calurosa, mientras en esta breve habitación el tiempo se condensa, ominoso y silencioso. Es todo lo que hay: mirar por la ventana, ver pasar autos, bicicletas, figuras humanas moviéndose aprisa; observar desde este solitario promontorio de cuatro paredes, y esperar. No me hago ilusiones. Ya nadie mira hacia arriba en busca de un rostro que se congeló en el tiempo, ni llama para preguntar qué será de un alma y un cuerpo olvidados, enclaustrados en sí mismos. El tiempo de espera allá, del otro lado de los umbrales que se repiten hasta la nausea y el cansancio, ha caducado. Vendrán por mí.
Me encontrarán sentado junto a esta ventana, justo aquí donde la vida se detuvo hace demasiado ya para esperar misericordia y paciencia. Entrarán y cargarán mi cuerpo descoyuntado sobre sus junturas, inerme más allá de cualquier posibilidad de horror ante el abandono de su guarida. Y mi alma aullará, arrancada de su cuerpo al fin, liberada del reducido espacio que aún la cobija contra su antiguo terror, y será lanzada hacia la inmensidad de un cielo que será como su infierno.